Agosto de 1936. El ejército franquista acaba de conquistar Badajoz, un bastión cuya caída se revela básica para conectar el grupo de ejércitos del Sur con la zona Norte, controlada por Mola. James Allen, corresponsal del Chicago Tribune, llega a la capital pacense cuando el olor a chamusquina de los cadáveres flota todavía en la atmósfera. En un ambiente mitad real, mitad fantasmagórico, debe recurrir a todo tipo de componendas, en muchos casos con renuncia a sus ideas republicanas, para acopiarse de información con que alimentar sus crónicas de guerra. Uno de los sucesos que excita su interés es el número real de víctimas caídas en la toma de Badajoz, una batalla encarnizada en la que perdieron sus vidas numerosos efectivos de uno y otro bando. El otro episodio controvertido son las matanzas en la plaza de toros, y los escarnios con prisioneros allí perpetrados, de los que todos se hacen lenguas, pero que están rodeados de un gran halo de misterio. Cuando da su trabajo por concluido, toma conocimiento del éxodo de miles de extremeños, muchos de los cuales penetran en Portugal huyendo de una represalia tan segura como trágica. Es así como, acompañado del corresponsal portugués Manuel Soares y de una pareja recién casada de españoles, da con la pista de los tenientes
Seixas y Soares, quienes en la localidad portuguesa de Barrancos dan cobijo a centenares de huidos extremeños, burlando las severas restricciones que Salazar, correligionario de Franco, ha impuesto con el fin de que todos los españoles que entran en Portugal sean deportados a España.

A través de un relato rigurosamente histórico contado en el marco de una trama amena, El corresponsal americano hurga en un episodio de nuestra historia hasta el momento inexplorado: el de los refugiados extremeños que encontraron en Seixa y Soares una mano salvadora análoga a la que los judíos hallaron en San-Briz o Schindler, solo que, en contraste con la labor de estos últimos, la tarea de los héroes portugueses ha tenido escasa repercusión.