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El desembarco de un rey al que muchos calificaron de «extranjero» a las costas de Villaviciosa el 19 de septiembre de 1517 tendría consecuencias imprevistas en el devenir de una ciudad que se resistía a ser olvidada en el sur de la península. El siglo XVI fue un periodo de ebullición cultural y artística a través del Renacimiento, pero también de convulsión política y teológica con guerras frecuentes entre reinos, imperios y religiones. En medio de esta tormenta perfecta, Carlos V, aquel joven Rey criado al abrigo de su tía Margarita de Habsburgo y de grandes personalidades de la época como Adriano de Utretch, Mercurino Gattinara y Erasmo de Rotterdam, vino a pasar su viaje de bodas con su esposa, la Reina y Emperatriz Isabel de Portugal, a Granada. Corría el verano de 1526, y lo que se anticipaba como una estancia breve de apenas un mes, se alargó hasta diciembre de ese año, convirtiendo esa gran medina venida a menos en el corazón del Sacro Imperio Romano.

La Granada de Carlos V

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