El relámpago sobre el jazmín obedece a esa emoción que nos sacude cuando conocemos a alguien de quien intuimos que lo hemos conocido en una vida mutua precedente, no sabemos con exactitud cuándo ni cómo. Se trata de la emoción del reconocimiento, puede que conectado a lo instintivo, la iluminación, en suma, de la anagnórisis. Y es muy poderosa. Comienza siendo sensorial, incluso sentimental, y termina siendo mental, en un proceso inductivo-deductivo, toda vez que se va indagando en ella. El jazmín, por otra parte, es uno de los símbolos del alma. Vendría a ser, semejante título, la metáfora de la revelación. Y es, esa emoción, una emoción casi corporal. Venimos en bloque y a la madre siempre la hemos conocido. Existe un síntoma por el cual atisbamos el conocimiento previo, es pertinaz, insistente: las sincronías se suceden, te persiguen, estáis conectados aunque no se quiera. No haya, pues, impaciencia. Habéis venido juntos, para que lo sigáis estando. Luego, en el tránsito de este mundo al otro -se te dice- alcanzas a saber por qué.
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