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¿Qué es escribir?



¿Qué es escribir? ¿Y tú me lo preguntas? No, te lo pregunto yo. Garrapatear la lista de la compra para Ediciones el imán de la nevera – media de huevos, lechuga, cuatro puerros – ¿es escribir? Mandar ese whatsapp a las cinco de la tarde, ¿es escribir? Y mandar ese otro a medianoche – cambian los modos, cambia el tono, cambia el destinatario – ¿es escribir? Encerrarte con otras cinco o seis personas exponiéndote a pizarras, a despachos de luces fluorescentes, retorciendo tus neuronas con ademanes de estrujar un trapo para encontrar soluciones propias para problemas ajenos, ¿es escribir? Domar tu ingenio – o esa especie de sucedáneo convincente que lo suple – al servicio de personas que te ordenan lo que quieres, ¿es escribir? ¿Es escribir contemplar con ojos derrotistas, impasibles, cómo las letras se despeñan hacia el folio y se estampan contra él en cualquier sitio, de cualquier manera, sin tener ni siquiera la decencia de desangrarse a causa del impacto? ¿Es escribir organizar el andamiaje con precisión de autopsia, con caligrafía de ingeniero, ensamblar un híbrido de columpio de parque y potro de tortura donde los niños juegan a quedarse parapléjicos, donde las avalanchas se pierden en laberintos técnicos, dan mil vueltas, se marean, se diluyen y se divorcian de su razón de ser? ¿Donde extirpamos la pasión de la ecuación para limpiarla un poco, para imprimirle un "look" profesional, donde nos conformamos con – comida de hospital – que el resultado tenga coherencia, o la aparente? ¿Es escribir tatuar en el papel una única letra, sólo una, pero con tantas ganas, tanto mimo que uno podría recorrer sus curvas y oler el mundo entero? Llevo un cuarto de siglo dedicándome en serio a esto de escribir y aún no sé a ciencia cierta en qué consiste, pero vislumbro una respuesta. Creo que escribir es una alergia al hecho de que en eso que llamamos «Realidad» hay algo que chirría. Creo que escribir es un ataque – muy en defensa propia – a cómo son las cosas. Los más ambiciosos escriben para cambiar la Realidad. Otros escriben en un intento temerario de entenderla y – aún más temerario – ayudar a comprenderla a sus lectores. Los hay que ni una cosa ni la otra, arquitectos que escriben con la esperanzar de reinventar la Realidad, partiendo desde cero. Quizá haya tantos tipos de escritores como maneras hay de reaccionar al hecho de que la Realidad no es todo aquello que nos prometieron. Quizá la escritura es el bastón que necesitamos para poder caminar sin tropezarnos a través de los accidentes geográficos de la verdad desnuda; la prótesis que nos ayuda a redondear nuestro contorno para encajar – a duras penas – en el puzle. Y puede que algún día, cuando la Realidad no nos plantee tantos problemas, cuando por fin sepamos entenderla, es posible que entonces escribir ya no sea necesario. Por eso algunos otros escribimos como si quisiéramos seguir jodiendo el mundo, como si nunca lo quisiéramos ver sano. Le ametrallamos las cicatrices a golpe de teclado e infectamos nuestras frases con la mierda más incómoda, para clavarlas donde más le duele. No lo hacemos porque queramos, quizá ni siquiera porque nos apetezca. Lo hacemos porque no conocemos de otra forma. Y – ¿quién sabe? – a lo mejor «no conocer otra forma" también es escribir.


Juanjo Ramírez Mascaró.

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